PRH (Personalidad y Relaciones Humanas) ofrece unos medios de formación que ayudan a entrar en el mundo interior de cada persona, comprenderlo y gestionarlo; y a construir unas relaciones basadas en el respeto, la libertad profunda y la certeza de que existe una fecundidad que viene de lo relacional, del “juntos”. Todo ello para contribuir en la emergencia de una sociedad más humana.
Interioridad y relaciones van de la mano en nuestra formación. Cultivar la interioridad y las relaciones humanas da razón de la propuesta de PRH en el mundo actual.
Existe una coherencia entre cómo nos vivimos interiormente y cómo nos relacionamos. Las palabras, los gestos, las actitudes… que proceden de nuestra interioridad, donde nos sentimos implicados con unos valores y certezas profundas, tienen un color de coherencia, de sentido, armonía, autenticidad, dignidad… en nuestras relaciones. Color muy diferente de cuando nos vivimos desde la periferia de quienes somos, desde la superficialidad, lejos de nuestro centro.
También al revés: nuestra capacidad de comprender al otro, de abrirnos a reconocer su unicidad, de recibir lo diferente del otro, incluso de vivir afecto por ello, nos puede llevar más lejos en la consciencia y sentido de quienes somos; nos puede abrir a realidades interiores inéditas y descubrir “pozos de vida” nuevos en nuestro interior.
Para avanzar en una comprensión mayor de este vínculo entre interioridad y relaciones vamos a acompañarnos de cuatro verbos que nos permitan cultivar nuestra interioridad y nuestras relaciones en un mismo movimiento.
Acoger.
Cultivar la interioridad supone, en primer lugar, abrirnos a nuestra vivencia interior. Es depositar la mirada en lo que ocurre dentro de nosotros, donde podemos encontrar los porqués de lo que sentimos, decidimos y aspiramos a vivir.
Cultivar las relaciones supone abrirnos al otro, a los otros, abrir la puerta de “mi realidad” a la presencia del otro, y recibirle, reconocerle. Acoger es querer abrir espacio en mí al otro.
Escuchar.
Cuando nos abrimos a nuestro interior, podemos descubrir realidades que hablan de quienes somos, de nuestras cualidades esenciales, capacidades, potencialidades, talentos… Así cultivamos nuestra interioridad. Escucharemos también nuestras “trampas” interiores y las trabas que dificultan vivirnos desde lo mejor de nosotros mismos. Podremos escuchar quiénes somos y quiénes queremos llegar a ser. Escuchar es acercarme a mi verdad.
Al abrirnos a los otros les recibimos. Les recibimos en su palabra, sus valores y anhelos, sus gustos y visiones, sus ideas y reflexiones … Cultivamos las relaciones cuando tenemos un interés por escuchar quién es el otro y su vida. Escuchar es acercarse a su verdad, reconociendo que es la suya.
Aceptar.
Por la escucha de quienes somos, de lo que vivimos, es fácil encontrarnos con nuestras contradicciones, con la ineficacia de la “fuerza de voluntad” para conseguir llegar a ser quienes anhelamos ser. Aparece entonces la aceptación como una actitud esencial en el cultivo de la interioridad. La aceptación tanto de lo positivo que podemos reconocer en nosotros como de aquello que vemos como límite; o de lo que todavía “no está hecho” dentro de nosotros.
La aceptación del otro es ver al otro tal y como es, no como queremos que sea. Es decir “sí” a quien el otro es en lo más esencial de lo que llegamos a percibir de él, de ella. La aceptación es sentir contento, alegría por quien es el otro en sus cualidades esenciales y en su unicidad. En el cultivo de las relaciones la aceptación lúcida del otro, y de la naturaleza de la relación, es fuente de una verdadera felicidad.
Transformar.
Recorrer el camino de la acogida, escucha y aceptación de nuestro mundo interior no nos deja igual que cuando lo iniciamos. Cultivar la interioridad nos cambia, nos transforma. Adentrarnos en la vida interior es fértil, porque esas realidades profundas a las que accedemos son portadoras de luz y de energía, de fuerza, y de un dinamismo de crecimiento que puede alcanzar todas las dimensiones de nuestra persona.
Cultivar las relaciones es fecundo para la propia vida, para la propia relación. Y, ampliamente, para la emergencia de una sociedad más humana. Toda relación está llamada a engendrar algo nuevo que antes no estaba. Allí donde cada uno puede ser quien es, y el otro también, algo nuevo se da fruto de ese “intercambio”, de ese encuentro. Cultivar las relaciones nos hace testigos de una manera de vivirnos unos con otros generadora de posibilidades de avance, de progreso, de realización personal y relacional.
Acoger, escuchar, aceptar y transformar pueden ser cuatro invitaciones concretas en nuestra vida cotidiana que favorecen el cultivo de nuestra interioridad y de nuestras relaciones.
- ¿Tienes experiencia de ello?
- ¿Has comprobado en tu propia vida los efectos saludables de este cultivo de la interioridad y de las relaciones?
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Puedes contar con nosotros!!