Mi jubilación es, lo primero, jubilosa gratitud sincera.
También es umbral que se me ofrece, una puerta.
Podría pensar en qué ocupar tanto tiempo libre y lamer una a una mis heridas de guerra.
Podría acurrucarme a contemplar lo ya vivido y sacar brillo a medallas y trompetas.
Podría esperar que la salud no se marchase y ser por siempre espectador de mi existencia.
Podría ir de viaje en viaje sin destino y correr como pollo sin cabeza.
Mas puedo tal vez traspasar el umbral y cerrar tras de mí esa puerta.
Puedo soltar de una vez la cajita de los éxitos y miserias, allí donde nadie tropiece con ellas.
Puedo dejarme sentir el inmenso poder que esconden un instante de silencio,
un gesto de amor, el sol y sus planetas.
Puedo lanzarme a lo que venga sin paracaídas, sin temores, sin reservas.
Puedo confiar en tu vida y en la mía, ésa que nos espera con las manos abiertas.
Puedo ir más allá de la campana que me avisa y llegar hasta su causa primera.
Puedo construir una salud de hierro con solo escuchar la vida… ¡y atenderla!
Puedo comprender por fin que es la vida quien me vive, y no yo a ella.
Puedo acoger con cariño al viejo y al nuevo Carlos, me esperan junto a esa puerta.
¿Puedo? …y ¡quiero que así sea!
Carlos de Vera, usuario de la formación PRH
Para vosotros, que leéis estas líneas, os invitamos a deteneros en lo que os ha alcanzado del texto y a unos momentos de autorreflexión.
Os dejamos unas preguntas para ello:
- ¿En qué me vitaliza interiormente lo que he leído?
- En este momento de mi vida, ¿qué siento que es a celebrar a pesar de que haya otras cosas que no lo sean?
- ¿Cómo lo voy a hacer?
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