Una persona que paseaba conmigo me comentó que debemos ser de los pocos mamíferos que no se saludan cuando se cruzan con otro semejante. Mira los perros, me dijo, se ven, se huelen, ladran, retozan, juegan…
Me paré a reflexionar y observar lo que nos ocurre: en la mayoría de los casos no saludamos a la persona con la que nos cruzamos, no entramos en relación, no hay un contacto visual. ¿Qué pasa con nuestra capacidad para comunicarnos, de entrar en relación, aunque sea mínimamente con un saludo cortés?
Decidí entonces experimentar:
- Mi capacidad para saludar a cada persona con la que me encuentro, con la que me cruzo: buenos días, hola…, la conozca o no.
- la respuesta que recibía de las otras personas, ¿respondía a mi saludo?
En mi primera caminata (6 km) me cruce con unas 15 personas: caminantes como yo, ciclistas y corredores/as. En total 15 personas.
Intenté saludar a todos, pero ciertamente a los ciclistas no hubo oportunidad. Saludé a los caminantes: un varón de mediana edad, le saludé me saludó; un varón joven, le saludé, no me saludó; un matrimonio mayor, les saludé, me saludaron; dos mujeres, les saludé, una me saludó.
Escuche a Victor Küppers, conferenciante internacional, que había hecho este mismo experimento con su hijo en un ascensor, durante 30 minutos, constatando la dificultad de las personas para saludar, ser amables con las personas con las que nos encontramos.
Ciertamente fue la experiencia de Victor y la mía, aunque tienen algunas diferencias. En mi experimento yo tomaba la iniciativa y era un espacio abierto; en el suyo, la iniciativa venía de las personas que entraban en el ascensor. Ambos hemos constatado una dificultad para saludar y ser amables con las personas que nos encontramos.
Por mi parte he repetido varios días esta experiencia, y lo primero que he observado es el cambio que se ha operado en mí.
- Caminando o corriendo estoy atenta a con quien me cruzo; los miro, es lo primero para entrar en relación, habitualmente sonrío en ese saludo. Así descubro que hay una calidez en mi saludo y en mi mirada;
- soy más consciente de la presencia de las otras personas a mi alrededor,
- casi, casi la iniciativa de saludar se ha hecho espontánea,
- mi capacidad para ser amable ha crecido.
He observado dos cosas que dificultan entrar en contacto, saludar y ser saludada: llevar auriculares, y estar paseando a un perro. La atención no está en lo que sucede alrededor mío sino en otra cosa.
Saludar pertenece a la rutina de la vida cotidiana. Y hacer del saludo el arte de ser amable requiere dedicación y perseverancia. Es fuente de satisfacción profunda, esa que uno siente cuando es fiel a sí mismo teniendo en cuenta su entorno.
Me gusta pensar que la vida nos pone delante oportunidades para crecer en nuestra humanidad, para ser felices sencillamente y contribuir a que otros lo sean.
¿Qué has observado tú sobre esto?...
Me gustaría recibir tus experiencias.