NUESTRA VULNERABILIDAD HUMANA

Luis Avilés

Mar, 11/01/2022 - 10:12

La vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, es un aspecto constitutivo de la vida humana. Todos tenemos puntos frágiles, podemos padecer una enfermedad o ser heridos física o emocionalmente. Asumir nuestra vulnerabilidad nos humaniza y nos abre a acoger la realidad de la vida tal como es.

Mientras leía el libro de Javier Yanguas, “Pasos hacia una nueva vejez” y con subtítulo:” Los grandes retos sociales y emocionales de la madurez” (editorial Destino), me alcanzó profundamente lo que expresa respecto a la vulnerabilidad y me dije: “esto le puede interesar a nuestros usuarios y colaboradores de PRH. Puede ser un artículo para nuestro blog”.

Es por ello que os voy a compartir gran parte de uno de los capítulos que aborda este aspecto de nuestra existencia. Esto es lo que me ha destacado del capítulo:

Todos, absolutamente todos, independientemente de nuestra edad o condición, somos vulnerables.

Ser vulnerables implica que somos frágiles, que podemos sufrir daño, padecer una enfermedad o ser heridos física o emocionalmente. La vulnerabilidad nos enmarca en lo que somos: seres sujetos a vaivenes y sacudidas. No somos todopoderosos, aunque a veces lo pensemos e incluso haya quien actúe como tal. Ser vulnerable, además, puede entenderse como no tener control, no estar en una posición de poder, ser persuadido a hacer algo que uno no desea…

Vulnerabilidad viene de vulnus, herida. No solo herida física, también emocional, del sufrimiento. La vulnerabilidad tiene que ver con la posibilidad de sufrir, con la enfermedad, con el dolor, con la fragilidad, con la limitación, con la finitud y con la muerte. Y también, [..] con el querer y con el amor: “Nunca somos tan vulnerables como cuando amamos; pero nunca tampoco estamos tan protegidos de la vulnerabilidad como cuando amamos”.

Nuestra existencia es así; no solo cuando somos mayores y necesitamos ayuda; también en muchos momentos de la vida: cuando nacemos, no sobreviviríamos sin cuidados. Cuando no sabemos qué hacer con la vida, cuando nos divorciamos con dos hijos pequeños, cuando nos echan del trabajo con cincuenta y tantos años, cuando nos enamoramos, cuando enfermamos y necesitamos que nos cuiden, cuando nuestros hijos se van haciendo mayores y nos da miedo que sufran… Comprender que nada es permanente, que estamos sujetos a multitud de eventualidades que están fuera de nuestro control es asumir nuestra condición vulnerable.

La vulnerabilidad arrastra mala fama, se diría que se trata de una compañía incómoda. Nos habla de aquello que nos empequeñece, de nuestros miedos, deseos e incertidumbres. Por ello quizá nos pasamos el día tratando de disimularla, aparentando una fortaleza que no tenemos, haciendo como si lo que sentimos no nos afectara, no comprometiéndonos en las relaciones para que no nos hagan daño, […].

Curiosamente, asociamos la vulnerabilidad a una personalidad raquítica, a falta de arrestos, a ser un flojo. Preferimos vivir sin enterarnos, como si la cosa no fuera con nosotros, como si nada malo pudiera sucedernos y controláramos nuestra vida y nuestro destino al cien por cien.

Lo que sucede es que, si negamos nuestra condición vulnerable, rechazamos la vida, obstaculizamos el amor  -que es cosa de débiles- y despreciamos el sentido de los cuidados: ¡querer cuidar es cosa de “blandos y de mujeres”!  Negamos la vida, porque para vivir necesitamos reconocernos en la vulnerabilidad. […].

[…] las cosas que más nos importan no están bajo el control de la razón o bajo el control humano en absoluto; están expuestas a la suerte en gran escala. Dependemos de las cosas de fuera que no podemos controlar con nuestra razón.

[…] hay una vulnerabilidad respecto a las cosas que son buenas para la vida, para cada persona (tener trabajo, tener estudios, familia, enamorarnos después de una ruptura, rearmar un nuevo proyecto de vida cuando nos jubilamos, etc.), que están fuera de nuestro control; y hay que distinguir esas formas buenas de vulnerabilidad (dependencia de cosas que no podemos controlar) de otras que son negativas, malas, como, por ejemplo, separarse, perder amigos, emigrar si no es deseado, que te echen del trabajo sin venir a cuento con cincuenta años y dos hijos, etc.

La vulnerabilidad, aquello que se escapa a nuestro control, que es casi todo lo importante en la vida, no es irremediablemente negativa o hiriente, sino que también, a pesar del riesgo, nos abre las puertas de una vida mejor. En cualquier caso, […], la vida es una elección que implica una pérdida, un “no todo es posible”, y es en los límites, en la imposibilidad, donde encontramos muchas veces la motivación y el sentido.

La vulnerabilidad nos invita también […] a arriesgarnos si queremos una vida plena, a entender que somos seres de “necesidades y posibilidades”.”

Para mí, personalmente, acogerme vulnerable es aceptar que no lo puedo todo, que hay cosas que me cuesta comprender, como la ambición desmedida y la falta de humanidad en personas con poder; que puedo ser víctima de injusticias (como muchos y muchas en el mundo), que me pueden engañar al adquirir un producto o recibir un servicio, que me ha dolido una reacción determinada de un amigo, que no sé qué va a pasar en un futuro más o menos cercano por la guerra o el cambio climático, que no sé cuándo terminará mi vida,  etc., etc.

Siento que asumir nuestra vulnerabilidad es algo que nos hace verdaderamente humanos y nos abre a la realidad de la vida tal como es.

Después de esta reflexión, os invito a cuestionaros sobre vuestra vulnerabilidad.

  • ¿Asumo que soy vulnerable? ¿Lo puedo aceptar con paz?
  • ¿Qué vulnerabilidad concreta necesito acoger en este momento de mi vida?

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