NO NECESITO AYUDA

Luis Avilés

Vie, 09/11/2020 - 18:44

¿Por qué nos cuesta a veces pedir ayuda? Si prestamos atención, podemos observar diferentes resistencias que frenan a las personas para darse la ayuda que necesitan, como por ejemplo la percepción que se puede tener sobre ser ayudado o una falta de fe en la posibilidad de cambiar. De la misma manera, podemos constatar también la existencia de elementos del entorno, como el testimonio de alguien cercano, y de actitudes interiores, como la humildad, que facilitan que una persona se atreva a pedir ayuda o a aceptarla.

Uno de los problemas que observamos en algunas personas a las que ofrecemos medios para avanzar, mejorar o tratar de solucionar sus problemas y dificultades es que consideran que no necesitan ayuda. Tienen la convicción de que con ayuda no van a estar mejor de lo que están. Entonces impera el refrán: “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Y la persona se conforma, se acomoda a lo que tiene, o se ha acostumbrado a vivir de esa manera. Pesa más lo conocido que la inseguridad de lo novedoso.

A veces nos dicen: “yo ya sé lo que me van a decir”. Y podrían saberlo. Pero mejorar no es solo saber qué hacer; también requiere otros elementos que la ayuda puede facilitar.

En otras ocasiones las experiencias negativas vividas cuando se ha pedido ayuda hacen que no estén receptivas ni dispuestas a dejarse ayudar nuevamente: no les sirvió, no era lo que esperaban, el que ayudaba no era suficientemente competente o no atinó con lo adecuado para que avanzasen.

También he observado que era tal la expectativa que se tenía de la ayuda o del posible cambio o mejora que lo ofrecido no podía alcanzar, de ninguna de las maneras, lo esperado.

En otros casos, el motivo de decir “no” es la percepción que se tiene sobre el ser ayudado: “no estoy dispuesto a ponerme en manos de nadie”, lo cual revela una visión de la ayuda un tanto errónea y distorsionada.

Igualmente me he encontrado con personas que no creen que puedan estar mejor de lo que están, que no consideran que puedan cambiar, evolucionar o ser diferentes de lo que son. Incluso he oído decir: “el que nace lechón muere cochino”, viniendo a decir que no es posible cambiar, que los problemas vienen con nosotros y que la vida es así. O achacarlo a la genética: “Es que soy como mi padre”.

 

¿Qué facilita que la persona se deje ayudar? O, dicho de otra manera, ¿qué elementos externos favorecen que una persona se deje ayudar?

Hay varios elementos que facilitan que una persona se atreva a pedir ayuda o a aceptarla:

  • Importante, el testimonio o referencia de personas cercanas que se han dejado ayudar y han visto en ellas evoluciones positivas. Esto abre a: ¿es posible para mí?
  • La calidad de presencia y de humanidad de quien se lo manifiesta. ¿A qué me refiero con calidad de presencia humana? Me refiero a que quien se lo expresa viva unas actitudes positivas: respeto y aceptación del otro tal como es, humildad y no prepotencia, no situarse por encima, comprensión y empatía… Esa calidad humana, en la que el otro no percibe un interés “oculto”, y sí percibe altruismo, es fundamental para que alguien reacio se pueda abrir a una posible ayuda.
  • Un entorno en el que el ser ayudado es algo normal y no excepcional. En este sentido beneficia el que cada vez haya más gente que acuda a psicólogos o profesionales de la ayuda y esto esté integrado en la sociedad. Que alguien pida ayuda no significa que esté loco o loca. De la misma manera que acudimos a un médico cuando tenemos un problema de salud, o a un fontanero, si tenemos un problema de cañerías, es normal que acudamos a un profesional de la ayuda si tenemos un problema que tiene que ver con nuestro psiquismo, nuestra manera de ser, de hacer o de comportarnos. Nos puede ahorrar tiempo y solucionaremos más eficazmente nuestros problemas.
  • Facilitarle vivir experiencias positivas (encuentros, contactos, lecturas, etc.) que permiten tomar conciencia de que hay más que lo que suelen vivir. Que no soy sólo éste o aquel problema. Que mi vida es más que todo eso. Y es posible descubrirlo o vivirlo más. Esas experiencias positivas pueden despertar el hambre de más, de mejorar, de avanzar y de que esto rompa la resistencia a pedir ayuda.

 

¿Qué es necesario, por parte de la persona, para dejarse ayudar? O, expresado de otra manera, ¿qué actitudes son necesarias por parte de la persona?

Este problema de no dejarse ayudar es más amplio que respecto a  dejarse ayudar para solucionar algunos problemas o mejorar unos determinados comportamientos. Va mucho más allá. Veo personas a las que les cuesta mucho reconocer que no saben o no son capaces de algo. Cuando alguien no reconoce su falta, carencia, error o dificultad, no puede cambiar ni mejorar.

Acoger y reconocer la propia realidad personal es algo que invitamos a vivir desde el minuto uno a los participantes en nuestros cursos y medios de ayuda. Esta dificultad para reconocer su realidad tal cual es, es un importante problema para pedir ayuda. No necesito…, si yo ya lo sé…, yo sé cómo…, ya me las apañaré, …

Estamos hablando aquí de una capacidad, de una actitud fundamental para progresar: la capacidad de aceptación de la realidad y la humildad para reconocer la realidad tal cual es, sin embellecerla, negarla, deformarla, parcializarla u obviar determinados elementos de ella. Esta actitud es mucho más importante de lo que la gente, habitualmente, cree. Quien no se reconoce en proceso y, por tanto, a “medio hacer”, con carencias, con dificultades, con fallos u errores en la vida no va a hacer nada para que eso cambie o evolucione. Y vemos muchas personas que sufren indefinidamente en sus circunstancias concretas sin poder hacer nada para remediarlo por esa ceguera sobre la propia realidad.

Ser humilde es reconocer que no lo sé todo, que necesito de otros, que solo no puedo, que hay más ideas y pensamientos fuera de lo que yo pienso, que alguien puede tener más experiencia y conocimiento que yo en muchas materias … entre otros muchos aspectos. La humildad nos permite medir bien nuestras fuerzas y capacidades, sin magnificarlas ni subestimarlas. Nos saca de la autosuficiencia y de la prepotencia.

Como decía, esta actitud es fundamental para poder pedir ayuda, para abrirme a otro u otros y reconocer que, quizás, otro puede ser más experto que yo y me puede aportar algo que no tengo. Esto permite a la persona ponerse en la escuela de otro o de otros. Para aprender, tanto en el saber como en el ser, es necesaria la humildad.

También es muy importante otra actitud: el anhelo de algo mejor. Creer en algo, tener esperanza de que es posible vivir de otra manera, mejorar, progresar. Sólo mirando dentro de sí mismo, en lo más hondo de sí mismo, es posible encontrar lo que despierta esa fe o esperanza. Es conectar con aspiraciones profundas, sueños por realizar, aspectos de nosotros que no son aún realidad, que están en potencia, en germen.

Es posible…, se puede… Son algunas expresiones que nos pueden ayudar a conectar con ese anhelo de algo más. En ocasiones, experiencias vivificantes que nos dicen que hay más en nosotros, tal como hemos señalado anteriormente.

Estas dos actitudes se complementan y se necesitan una a otra en la tarea de dejarse ayudar, aprender y poder mejorar.

Hay otras actitudes que favorecen el que la persona se deje ayudar. En PRH ofrecemos varios cursos para avanzar en nuestra forma de dejarnos ayudar y de ayudar. Son: Aprendo a hacerme ayudar, y Aprendo a ayudar, en los que enseñamos el Método PRH que utilizamos para la ayuda individual a las personas. Ahí se observan y se invita a desarrollar las actitudes necesarias para vivir bien la ayuda recibida y ofrecida.

 

Para terminar, podemos preguntarnos:

  • ¿qué me alcanza de este texto?
  • ¿en qué me moviliza respecto a ayudar o dejarme ayudar?

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