Mientras hacía la compra en el supermercado, le escuché a una mujer decir: “¡Vamos a terminar obsesionados y con miedo por tocar cosas, por tocarnos; obsesionados con lavarnos las manos!”. Es verdad que todos estamos cuidando mucho lo que tocamos, el mantenernos a distancia en las salidas estrictamente necesarias, saludar con un gesto y de lejos, alegrarnos con una sonrisa al vernos…, y espero que también lavándonos las manos, como nos están diciendo.
A mí me ayuda hacer conscientemente este gesto sencillo de lavarme las manos. Un minuto de consciencia cada vez, con agua y jabón, y con atención a la responsabilidad que vivo al hacerlo, y no desde el miedo de haber traído el virus a casa, haberme contagiado o contagiar. Con atención de parar y reparar en el cuerpo, agradecida de su salud, de la vida de mi cuerpo, y de respirar conscientemente en medio de toda esta situación; un gesto sencillo para hacerme, cada vez, presente a lo que estoy viviendo.
Pero me inquieta y me fijo más en otro “lavarse las manos”. No quiero lavarme las manos de mi responsabilidad social, de preguntarme cuál es mi parte en lo que no estaba o no está yendo bien y en lo que tendremos que seguir mejorando en adelante; cuál es la semilla que yo puedo poner y qué debo aportar para no mirar a otro lado en lo que pasa en mi entorno más cercano, o más lejos, a la persona que no veo o que veo a través de la cada vez menos fría pantalla; no lavarme las manos en la comodidad, en una negación de la realidad, en los aprendizajes que podemos hacer de esta experiencia para construir un mundo mejor, una sociedad más solidaria; de volver a lo esencial que habíamos dejado de hacer, como nueva oportunidad para vivir en mayor armonía con uno mismo, con las personas y con el mundo.