Ahora que se cumple un año de que comenzara nuestro primer confinamiento he querido escribiros sobre un tema en el que he podido observar cómo nos ha tocado, más o menos, a todos durante este tiempo: la sensación de soledad.
La pandemia, tan inesperada, nos ha confrontado interiormente con un montón de experiencias: creencias, cosas que dábamos por hechas, derechos que creíamos inamovibles, valores, limitaciones… Y nos ha privado de un montón de otras: relaciones, planes, abrazos, compañía, dinero, trabajo, oportunidades, salud, nuestros seres queridos…
En tantas ocasiones nos ha puesto frente a nosotros.as mismos.as y ahí a prueba en nuestra solidez personal y en nuestros recursos interiores, para afrontar lo inesperado, lo difícil, los miedos y la sensación de soledad.
En un artículo que escribió hace tiempo un compañero de PRH en Paraguay, #Esteban Riera, él explicaba la soledad que podemos sentir, distinguiéndola en tres tipos de soledad:
“Está la soledad afectiva. Se vive este tipo de soledad cuando la persona no tolera estar sola; tiene que estar siempre acompañada de alguien: familiares, amigos o colegas; se evita tener momentos de soledad; cuando se está solo, se puede vivir vacío, angustia, inseguridad; o, simplemente, miedo a la soledad; los otros me hacen falta; antes que se vayan, ya les extraño: uno sufre al estar solo.”
He acompañado a mucha gente que vivía huyendo de esta sensación de soledad. Incapaces de quedarse mucho tiempo en casa solos.as se han llenado de planes, de actividades, de obligaciones… con tal de no sentirla. Es una soledad que duele, que asusta. Nos confronta con la sensación de falta de solidez; a veces con la falta de sentido en algunos aspectos de nuestra la vida. Es tan doloroso que no queremos mirarlo. La compañía de los otros nos entretiene, nos anestesia, nos colma; es una balsa a la que nos subimos para atravesar la marea de la vida… Pero esta forma de funcionar tiene un coste: me dejo llevar, tolero cosas que no me permiten ser yo mismo.a, me vivo hiper-exteriorizado y no sé quien soy porque me dejo muy poco tiempo para sentir quien soy yo, qué me gusta en la vida, qué relaciones son constructivas para mí y cuáles no; para tomar mis propias decisiones, para hacer los cambios que me permitirían ser más feliz. Mientras tanto, el vacío interior se agranda y genera más angustia, más necesidad de “agarrarnos a los otros”, de compensarnos… Es un bucle del que se hace difícil salir.
El confinamiento, de pronto, nos ha hecho cortar de golpe con esta forma de funcionar, si la teníamos.
- ¿Cómo lo hemos vivido?
- ¿En qué hemos crecido gracias a confrontarnos con este tipo de soledad?
- ¿Hemos aprendido algo o volveremos a esta frenética dependencia de la presencia de los otros para sentirnos bien?
“Está la soledad del aislamiento. En este tipo de soledad se busca estar solo para no estar con otros. Estos “otros” pueden ser personas o grupos; en cierto modo se huye de los demás, no se tolera estar en relación y se prefiere estar solo; se rechazan todas las invitaciones sociales porque se evita estar con la gente; se vive un cierto miedo a la relación interpersonal, miedo al compromiso; uno no se siente libre al estar con otros; se requiere mucho esfuerzo para relacionarse con otros. Hay un dicho que induce a este tipo de soledad: “más vale estar solo que mal acompañado”… Sin embargo, esta soledad también puede llegar a ser una “mala compañía”.
Durante el confinamiento he visto cómo se ha agravado esta soledad en algunos casos. Es la excusa ideal para no relacionarse, vivir “tranquilos”, “que me deje todo el mundo en paz”… Este tipo de soledad me la he encontrado en personas muy sensibles, con frecuencia decepcionadas o dolidas con los demás. Exigentes consigo mismo y con los otros, con dificultad para tolerar la incomodidad y las tensiones normales de la convivencia. Estar tantas horas confinados juntos, cuando las relaciones familiares o de convivientes no son armoniosas, ha hecho que muchos hijos, adolescentes, jóvenes, se hayan encerrado horas y horas en sus cuartos, tratando de “protegerse” de un ambiente difícil, tenso, demandante, ante el que no se sentían a gusto. También se ha incrementado en personas ya previamente más aisladas, protegidas de los otros, que han encontrado en el confinamiento la excusa ideal para no hacer ningún esfuerzo de relación, sin darse cuenta de que tanta protección limita su capacidad de crecer, estimularse, salir de una visión rígida de las cosas para abrirse a otras perspectivas para ver la vida, que les enriquecen aunque a priori les desinstalen. En PRH creemos que unas relaciones humanas bien vividas, constructivas, de calidad son verdadero “riego y abono” para nuestro crecimiento y nuestra felicidad. Protegernos a priori de esa riqueza nos empobrece como personas, aunque resulte, para algunos, tan cómodo.
- Si tengo tendencia a aislarme, ¿qué me podría ayudar a avanzar?
- ¿Permito que los demás me complementen, me cuestionen, me ayuden a crecer o me protejo de todo ello?
- ¿Cómo avanzar para vivir relaciones constructivas con los que quiero de verdad?
“Esta la soledad existencial. Es la soledad que es fruto de mi individualidad: no hay ni habrá en todo el mundo otra persona igual a mí; tengo una identidad única; identidad hecha de un conjunto de capacidades, dones y valores únicos; con una vocación vivida con un estilo personal. Es por eso que uno está solo frente a las decisiones de vida: qué carrera o vocación seguir; a quién elegir como pareja para vivir juntos; qué actitud tomar en la vida; qué da sentido a mí vida; qué me hace profundamente feliz… En este tipo de soledad el rol de los otros es secundario: pueden ayudarme o perjudicarme en estas decisiones personales, pero finalmente el que tiene que decidir soy yo; y ,sobre todo, seré yo el que tendrá que vivir las consecuencias de mis decisiones. Yo soy el único responsable de conducir mi vida. La soledad existencial es el camino ineludible para llegar a la autonomía personal. A veces escuchamos la expresión “yo en tu lugar haría esto”. Hay decisiones que no se pueden delegar a otros; lo que tengo que descubrir es: “¿qué haría yo en mi lugar?” Para esto es fundamental hacer un camino de descubrimiento de mi identidad y aprender un método para tomar decisiones”.
Estos meses de restricciones sociales y confinamiento nos han confrontado a muchos con esta soledad existencial. Lo que era seguro antes ahora es incierto.
- ¿Qué he aprendido en estos meses que me hace más capaz, más fuerte para afrontar lo que venga?
- ¿Qué valores me han sostenido este año?
- ¿Qué, de lo que he aprendido, quiero mantener?
- ¿Cómo quiero afrontar lo que venga?, ¿qué me va a ayudar?, ¿en qué capacidades me podré sostener?
Para terminar, os copio a continuación el último párrafo del artículo de mi compañero #Esteban Riera, cuyo artículo me ha inspirado para escribir el mío. ¡¡Gracias, Esteban!!
“En la “soledad afectiva” los otros me faltan y no tolero estar solo; en la “soledad de aislamiento” los otros sobran y no tolero estar acompañado; en la “soledad existencial“ los otros juegan un rol secundario, soy yo quien decide y conduce mi vida, aunque teniendo en cuenta o consultando a los otros. Si busco momentos de soledad, no es para huir de los otros, sino porque busco re-encontrarme con mi identidad única; si busco estar con otros, no es para llenar un vacío, sino para enriquecerme de las relaciones humanas.
- ¿Cómo vivo mi soledad?
- ¿Qué tipo de soledad tengo tendencia a vivir?”
Os invito a pararos y a haceros alguna de las preguntas que os he propuesto. En vuestro interior están las respuestas propias, únicas en cada uno de nosotros.as. Os animo a que esta etapa tan difícil para todos que hemos atravesado, que aún estamos atravesando, nos impulse en el camino de llegar a ser más plenamente quienes somos. En PRH estamos a vuestro lado para ayudaros a conseguirlo.